sábado, 24 de enero de 2009

ANÁLISIS DE LOS PRINCIPALES RETOS POLÍTICOS DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA DURANTE EL SIGLO XXI

Artículo publicado en Nou Cicle en el año 2004

La Paz de Westfalia de 1648 y el Congreso de Viena de 1815 conformaron los dos grandes mapas geoestratégicos y geopolíticos de la Historia Moderna. Tras ellos, el Siglo XX presumió de ser la edad histórica en que la Humanidad vivió sus cambios más profundos, a una velocidad de vértigo. La Primera Guerra Mundial representó, entre 1914 y 1918, la derrota de los grandes imperios aún supervivientes y marcó un punto y a parte en el modo de desarrollar una contienda bélica, ya con masivos y refinados instrumentos armamentísticos preparados para hacer desaparecer del mapa al beligerante de turno. No en vano, la constitución de la Sociedad de Naciones tenía que representar el primer intento de crear un sistema de seguridad colectiva basado en la protección de la paz y la solución pacífica de las controversias. Aunque no debamos olvidar que en 1917 se había proclamado la Revolución Rusa, amparada por el socialismo teórico de Marx y Engels, liderada por Lenin. El periodo de entreguerras se caracterizó por una inestabilidad tal que promocionaría la asunción de autoritarismos con ánimos expansionistas y ultranacionalistas en países como el Japón (del Emperador Hiro-Hito), Italia (de Mussolini) y Alemania (de Hitler). Tras la victoria aliada contra las fuerzas del denominado Eje en la Segunda Guerra Mundial nos encontramos con la construcción de un nuevo orden internacional que marcará la realidad de finales del siglo XX.

Dumbarton Oaks, Yalta y Potsdam constituyeron definitivamente los hitos transformadores de la nueva era de que hablamos. Si en el ámbito político y militar debía surgir un mundo polarizado en dos bloques ideológicos liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente, en el ámbito económico también se promocionó un modelo de planificación socialista en la zona de influencia socialista que acabaría finalmente claudicando ante el capitalismo y las democracias liberales. Bretton Woods creó el Bando Mundial y el Fondo Monetario Internacional que aún hoy en día controlan la organización económica y financiera del nuevo sistema. La aparición de Naciones Unidas como una organización de ámbito internacional con aspiraciones de convertirse en un instrumento favorable a conseguir la anhelada gobernabilidad mundial fue condicionada por las exigencias impuestas las potencias del momento incapaces de renunciar a su posición privilegiada; hablamos, claro está, de Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China. Otro hito importante en la configuración del orden internacional de la época lo representó la Conferencia de Bandung y el Movimiento de los Países No Alineados, más tarde convertido en el Grupo de los 77, liderado por personajes como Nasser (Egipto), Nehru (India), Sukarno (Indonesia) o el Mariscal Tito (Yugoslavia). Y es que los países menos desarrollados pretendieron en esta ocasión demostrar que podían alzar su voz y hacerse oír, sobre todo a partir de transformarse en la mayoría en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas inmediatamente después de las independencias de las últimas colonias de los continentes asiático y africano.

Una vez finalizada la “Guerra Fría” con los hechos simbólicos de la caída del Muro de Berlín (1989) y la desintegración de la Unión Soviética (1991) nos preguntábamos hacia dónde debía caminar la sociedad internacional. Sin duda, el periodo vivido después de la derrota del modelo autoritario socialista fue perfectamente manipulado por lo que después se ha llamado el sistema de la globalización de la economía capitalista que no tiene parangón alguno a lo largo de la historia. La propia Rusia no tardó en alistarse en el bando contrario. China está siendo mucho más sutil.

Hoy, la globalización económica tiene sus vínculos directos con una nueva confección del mapa del poder entre las diferentes zonas geográficas del globo terráqueo. La globalización económica, así como el pensamiento único que la protege (Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique), no se puede valer por sí sola sin el apoyo de un gobierno mundial eficiente. En este contexto prolifera el debate en torno a la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el cual aspiran a tener un sillón permanente países como Alemania o Japón, parte marginada hasta ahora de la Tríada. Por otros motivos defienden sus posiciones en el mismo sentido potencias medias o regionales caso de: España e Italia, en Europa; México, Brasil y Argentina, en Iberoamérica; Israel, India, Pakistán e Indonesia, en Asia; Egipto, Nigeria y Sudáfrica, en África; y, finalmente, Australia, en Oceanía. A lo dicho hay que añadir la importancia que supone para el sistema dotarse del Tribunal Penal Internacional con sede en La Haya. Interesa, evidentemente, que para que exista una relativa calma en los flujos financieros, exista también una estabilidad política, en nombre de la cual no se permitan regímenes como los de Milosevic o Hussein. Sin salirnos del sistema de Naciones Unidas, otro reto político fundamental del siglo XXI deberá ser el de mejorar la eficacia de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz (OMP) alrededor del planeta. Aunque se dio un cambio significativo a partir de la publicación de la Agenda por la Paz pronunciada por el entonces Secretario General de la ONU, Boutrous Boutrous Ghali, no debería dejarse lugar a ninguna otra laguna jurídica o subjetividad de alguno de los miembros del club de los poderosos (léase Consejo de Seguridad). Resulta imprescindible asumir cuotas más elevadas de participación presupuestaria en este tipo de intervenciones por parte de toda la comunidad internacional. De lo contrario todo seguirá quedando en las manos de los Estados Unidos, que desean estar al frente de estas OMP siempre que les convenga y reinterpretar el principio clásico de no-injerencia. ¿Qué hacemos con la OTAN?, sigue siendo otra pregunta sin respuesta fácil aparente. Javier Solana, cuando era su Secretario General, dijo: “esta organización defensiva no puede ser una organización de ámbito internacional”.

Otro gran bloque de retos políticos y económicos que deberá afrontar la sociedad de nuestros días es el de la integración económica o el de la regionalización, según como se prefiera. Tres grandes focos económicos iluminan nuestro planeta: la Unión Europea ampliada; China y Japón con sus vínculos con el resto del sureste asiático; y, América del Norte. La Tríada de que hablábamos, compite y negocia entre sí, y es en el sentido de sus estrategias que se entienden proyectos como el ALCA para todo el continente americano o la iniciativa que conecta las dos orillas del Océano Pacífico conocida como APEC. Al respecto, sigue existiendo el gran riesgo que los países del hemisferio sur, en donde se producen la mayoría de conflictos armados, queden de nuevo arrinconados en la ratonera de la misma globalización. Las economías del sur están aparentemente globalizadas y occidentalizadas desde que se establecieran, tras sus independencias, nuevos lazos de tipo neocolonial con sus antiguas metrópolis. Si Fukujama escribió sobre “el fin de la historia”, Huntington pronosticaba un “choque civilizatorio”, que no se puede explicar tan sólo desde los ámbitos del subdesarrollo, la religión o la historia. Los masivos procesos migratorios, con su doble causante política y económica, hacen que la situación descrita sea aún más vulnerable. ¿Queremos o aceptaríamos un mundo globalizado en el que predominaran las relaciones interculturales, con los mismos derechos de ciudadanía para todo ser humano?

La globalización, pese al poder cada vez más grande de los mass media y las empresas transnacionales, puede ser sufrida fácilmente por millones de habitantes de nuestros países y continentes. Para ellos el sistema no les proporciona una seguridad individual que sí aprecian que se dispone para los grandes negocios, las grandes compañías, las familias de los presidentes del gobierno, los corruptos, etc. Un mundo como el nuestro no puede permitirse de nuevo una escalada en la carrera armamentística que favorezca, por otro lado, la Tercera Guerra Mundial. Si nada le pone remedio también nos vemos obligados a vivir en periodos cíclicos de turbulencias bursátiles y financieras. Por todo lo dicho, el sistema internacional debe pisar el freno y recapacitar sobre sus actuales dinámicas para intentar defender un modelo económico más justo gobernado en paz y sin guerra posible.


Cambrils, enero de 2004

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