domingo, 22 de febrero de 2009

HAITÍ, CON AMOR DESDE EL DESESPERO

Huracanes y guerras civiles caracterizan hoy día Haití, el primer país en independizarse del yugo colonial y esclavista en América Latina

Un amigo, realmente de los buenos, no sólo de los conocidos, me ha animado a escribir sobre un país, Haití, diciéndome algo así como: “tú, que sabes algo de ese país, escribe un artículo sobre lo que allí está pasando, porque sino serán otros los que desinformen y vendan humo”. De nuevo están en el centro de todo, las personas, y los países, que es allí donde viven las personas, bajo la justa medida de la historia (que pone a todas las cosas en su sitio), que es a su vez el tiempo que pasa, y que nunca debemos olvidar, y que siempre hay que tener presente.

Mi primera experiencia en Haití se remonta a cuando yo tenía poco más de dieciocho años, cuando viví la gran experiencia de mi primer viaje transoceánico, nada más ni nada menos que a República Dominicana. Leí la obra de Ramón Marrero Aristy (Over; que aconsejo, así como la obra de su poeta nacional Pedro Martí y la del ex Presidente Dr. Bosch) y conviví con Juan y parte de su familia, que dormían en el mismo callejón que mi familia Vargas Santos, en la Avenida Diecinueve, en Los Guandules; los haitianos que conocí entonces paseaban con revólveres en el cinturón, sin camisa, bebían ron, mucho, tomaban drogas, y se les acusaba de perredistas y negros (a esto le llamo “cinismo racista”). Supe, a su tiempo, lo que es un batey, observé como los esclavos del S.XX deambulaban, no sólo, por Santo Domingo, sino que también ocupaban inmensas zonas rurales de la isla: personas de una piel de color muy oscura, ojos ensangrentados, semidesnudas, armadas con machetes, dientes grandes, bocas enormes, sienes sufridas. Empecé a conocer Haití desde el país vecino sin haberlo pisado, casi tan bien como conozco ahora algo de su historia y de sus personajes.

En la actualidad quiero explicaros algunas anécdotas que se han cruzado entre mi vida y este país del Caribe. He conocido a quién ha viajado a Haití para adoptar en menos de un día a un niño sacado de un orfanato de lo más paupérrimo imaginable; sólo las gestiones ante las autoridades españolas para reconocer al bebé y la valentía de visitar un territorio hastiado en plena guerra civil suponen hoy día impedimentos para regalar una nueva vida “blanca” a pequeños haitianos sin futuro a priori. Por otro lado, debido a mi vinculación con las tareas de cooperación internacional al desarrollo he sabido cómo material enviado de urgencia y de gran valor económico y sanitario, facturado hace más de año y medio, aún yace en manos de las mafias que dominan y controlan el puerto de la capital haitiana; sólo el chantaje o la corrupción puede desbloquear un envío sin destino aparente. Otra historia de Haití: empresarios españoles, catalanes y tarraconenses, de los buenos, de los que invierten para ayudar a crear tejido industrial, con dinero tirado a cuesta de unas administraciones inoperantes, tras promesas políticas inútiles y a la espera de un gobierno estabilizador que dure más de dos años seguidos. La hipoteca del país aún es más grave: son muchos los emigrantes haitianos en Estados Unidos, Canadá y España que esperan con paciencia volver al país que les vio nacer aunque no se atreven a dar el paso al saber que su cabeza allá correría un peligro evidente.

La prensa oficial dice que a Haití han viajado Brad Pitt y Angelina Jolie, así como los Fuggees, reyes del reggae estadounidense-mundial salidos de los barrios bajos de Nueva York, negros como los haitianos, ya que un origen tal no puede esconderse fácilmente. Hay quién se queda en el detalle y en la anécdota.

Ante dichas situaciones sólo me pregunto una cosa en este instante: ¿por qué la primera potencia mundial y su gobierno Bush se preocupa tanto por la autoridad y el poder de Castro en Cuba, y tan poco por la miseria de la vecina Haití? Parece ser, pues, que el orden de las prioridades de la política internacional ha vuelto a caer en un craso error motivado por los intereses de siempre, propiedad de los de siempre.

(Cambrils, 2004)

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