Sesión en el marco del Posgrado de Participación Ciudadana de la URV
En un sentido amplio, durante la última década, en clases y seminarios, he intentado resumir los principales retos políticos internacionales que coinciden con la actual era de la globalización.
Lo que yo llamo era de la globalización coincide parcialmente con el s. XXI pero tiene su fecha de arranque en 1989 con el símbolo de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque comunista que componían la Unión Soviética y los países del Este de Europa. Estos inicios de la era de la globalización se prolongan hasta 1991 con los hechos de las independencias de las Repúblicas Bálticas, la guerra en la antigua Yugoslavia y la primera Guerra del Golfo Pérsico cuando Estados Unidos decide defender a Kuwait ante el ataque del Irak de Saddam Hussein. En pocos años el enemigo de James Bond pasa de ser el Kremlin a ser representado por la amenaza del terrorismo árabe-musulmán a escala planetaria (llegarán los ataques a las Torres Gemelas, el 11-M, conflictos en Irak, Afganistán, etc.). Para entender aún más qué pasa en este nuevo siglo prematuro a nivel internacional deberemos citar el levantamiento zapatista en Chiapas y las protestas ante las negociaciones sobre la Ronda del Milenio en Seattle. Luego, la alternativa crítica al discurso único que parece imponerse en las fechas pasará por las reuniones de Porto Alegre que celebrarán el Foro Social Mundial y las protestas a nivel mundial encabezadas por los movimientos altermundistas (“aquellos que defienden que otro mundo mejor, más justo, es posible”).
En todo caso, mi intención durante este artículo es la de ensalzar la importancia de la apuesta por nuevos y mejores métodos de innovación democrática con el objetivo de que puedan servir a legitimar la cosa y la vida pública en una era sumamente caótica y deshumanizada. Ello es confiar a ciencia cierta en la participación ciudadana para no levantar más muros entre la clase política, conjuntamente con la administración, y los ciudadanos “gobernados” (muchas veces “asqueados” por el desprestigio acumulado).
De acuerdo con lo dicho y siguiendo el hilo argumental comentado en el primer parágrafo del texto, diez son los principales retos que deberemos atender en la era de la globalización, como problemas comunes que sólo podremos evitar mediante resoluciones tomadas a nivel mundial, ya sean éstas la suma de pequeñas intervenciones locales o grandes acuerdos de la comunidad de Estados o naciones. Evidentemente yo analizaré más de forma exhaustiva el punto décimo, aunque no por ser el último mencionado debe ser el menos importante. A continuación, paso a citar estos objetivos fundamentales para la sociedad de nuestros días, uno por uno:
1) Consecución de un nuevo lideraje internacional que sepa substituir el nacido del y con el “consenso de Washington” inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Tras fases de unilateralismo estadounidense, exageradas y desastrosas durante el gobierno de Bush Jr., seguramente el Presidente Barack Obama se dedicará en primer lugar a solucionar los problemas internos dentro de sus fronteras para construir el discurso de un nuevo consenso con las nuevas potencias regionales a nivel internacional (China, India, Rusia, Europa, Brasil, México, Indonesia, Egipto, Irán, Turquía, Nigeria, Sudáfrica, Japón…);
2) Fortalecer un Gobierno Mundial más creíble, quién sabe si a partir de la reforma del mismo Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unides (ONU). A nivel de sistemas políticos, en un mundo tan global que sufre en todos sus rincones, la única solución sigue siendo el federalismo, que tiene una amplia justificación a nivel histórico, cultural, filosófico y práctico; la máxima de que todo es más fácil de gestionar desde “la unión que respeta las diferencias” sigue siendo totalmente vigente. Este gobierno mundial deberá crear un definitivo y efectivo sistema de derecho internacional público con capacidad de coacción para ser respetado;
3) Reforma estructural del Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI) y Organización Mundial del Comercio (OMC). Así como se cambiarán las formas en el nivel institucional público, también deberán cambiarse los hábitos, las normas y los objetivos en el ámbito económico, financiero y comercial. No existe sistema más injusto y generador de injusticia que el del conglomerado creado en Bretton Woods. Tras la recién crisis de 2009 nunca más pueden pasar desapercibidas las hipotecas subprime, casos como el de Lehman Brothers, los paraísos fiscales, el secreto bancarios, las stock-options, la ruleta rusa, el abuso, la insolencia… Quizás en el fondo exista un retorno a una ética global más clara y comprometida.
4) Lucha decidida contra la extrema pobreza que existe ya en casi tres cuartas partes del planeta, tanto en la periferia como en el centro mismo y en los alrededores de las grandes cities financieras globales; no puede ser que convivan, en un mundo cada vez más unido, poca gente multimillonaria al lado de la nueva masa plebeya afectada; ello sería sumamente peligroso para la paz social y no es sostenible a medio plazo. La crisis alimentaria que padecen millones de habitantes del planeta si se contrasta con el consumismo extremo de los países europeos equivale a la constatación más evidente de la derrota del sentido común a favor del engorde gratuito e innecesario; la amenaza de hambruna y muerte, por falta de medicamentos o resultado de la reservas de patentes, como siempre, puede justificar la revolución, lo que deriva en inestabilidad nada conveniente;
5) Defensa a capa y espada de nuestro medio ambiente. El mismo sistema económico, amparado por un ideario político concreto, conocido hasta ahora bajo el nombre de “neoliberal”, deberá enterrarse si realmente quiere darse solución efectiva a la destrucción de nuestro ecosistema a la cual nos ha estado abocando. Nos deberá acompañar una preocupación especial por la racional explotación de las materias primas, sobre todo por áquellas que nos puedan ahorrar dependencia energética. Quizás debamos llegar a apostar por el decrecimiento;
6) Regulación de los flujos migratorios que se viven a escala planetaria como consecuencia de muchos de los desajustes descritos. Discursos xenófobos y antiinmigración no pueden aceptarse en una sociedad y un mundo tan interconectado en el cual unos dependemos de los otros, y en el cual “el vuelo de una mariposa en una esquina puede provocar un huracán en el extremo opuesto”. No es lógico que, mientras caen todas las fronteras físicas y no físicas entre las personas, los pueblos, las naciones y los Estados, exista una postura que niegue el derecho a trasladarse, por los motivos que sean, de un lugar a otro, evidentemente bajo una jurisdicción universal y funcional; no hay vuelta de hoja, desde la apuesta por los derechos de ciudadanía y la universalización de los derechos humanos básicos, en una sociedad cada vez más multicultural;
7) Apuesta por una Cultura de paz que pueda contribuir a que no haya más guerras, que generen pobreza, odio y destrucción, cerrando el círculo vicioso que eso supone. Por ello tampoco debe haber reinversión en la economía o industria de guerra. Eso sólo se podrá hacer desde un cambio en la educación de nuestros infantes y adolescentes, anteponiendo el pacto a la imposición, y la sensibilidad al estereotipo macho. Seguramente sea más rentable una economía verde y solidaria que la misma carrera de armamentos y el complejo industrial-militar creado durante la “guerra fría”;
8) Reformulación del Estado de Bienestar de tipo europeo, que sigue siendo válido aunque bajo un nuevo paradigma y que considera, en definitiva, oportuno intervenir parcialmente en lo económico desde lo público precisamente para proteger y favorecer al más débil y solucionar los científicamente comprobados fallos del mercado. Impuestos progresivos según la renta por cápita y los ingresos, así como una responsabilidad social compartida o corporativa, llámese como se llame desde el sector que se le aplique, deben seguir siendo comúnmente aceptados. Quizás lleguemos a la formulación práctica de establecimiento de una renta ciudadana universal como derecho ciudadano;
9) Construcción de una sociedad en red a partir del aprovechamiento de las ventajas ofrecidas por la gran revolución industrial de la nueva era, que es, sin duda, la de las nuevas tecnologías de la comunicación. La cercanía y la inmediatez global deben utilizarse en beneficio de la solución más rápida de las posibles controversias existentes. Se pueden medir los efectos de cualquier decisión en la pequeña y la gran escala, al mismo tiempo que se puede conocer la opinión del grupo mayoritario de la población sobre cualquier tema si se utilizan los nuevos mecanismos tecnológicos que nos brindan las compañías internacionales de telecomunicaciones. Ese progreso debe compartirse con toda la humanidad y no quedar reducido al beneficio de unos cuantos;
10) Apuesta por la democracia participativa, lo que es la substitución de una democracia actual, que resulta demasiado representativa e indirecta, por una democracia que vuelva a ser más directa, y consulte más a menudo a los gobernados. En definitiva, más “pasar cuentas” o “accountability” en inglés, lo que son la aplicación de los métodos de auditoría a las mismas propias políticas públicas engendradas por la misma administración de turno. Reforma, pues, en el mismo funcionar de los partidos políticos que han creado su partitocracia particular, muy reducida y excluyente de quien no comulgue con ella al cien por cien.
Todos los objetivos o retos comentados vienen de un mismo sitio e inspiración, están muy entrelazados y tienen mucho que ver, por lo cual si se afrontan a un mismo paso y tiempo podemos conseguir promover un cambio radical en el rumbo planetario.
Si entramos un poco más en profundidad con lo que nos ocupa directamente, la definición más clara de participación ciudadana es aquella que nos la iguala con la política pública por excelencia de los días actuales que vivimos, una serie de instrumentos que colaboran en gran parte al éxito de la actuación de los gobiernos que quieren manifestarse de una forma más próxima a sus gobernados (que son los ciudadanos que lo legitimizan), y en este caso caben destacar, especialmente, a los Ayuntamientos, la administración que reside al pie del cañón de todas las quejas y necesidades societales. El contexto de la participación ciudadana es el mismo que el de la descentralización y el de la apuesta por el municipalismo como mejor garantía del éxito de las actuaciones que determinen un impacto más directo sobre los habitantes de un territorio determinado. La construcción de un diálogo permanente entre la clase política y los ciudadanos organizados como sociedad civil debe ser imprescindible, como imprescindible debe ser la reforma de los sistemas electorales predominantes a favor de apuestas más abiertas, representativas de la pluralidad existente, con la inclusión, claro está, de las minorías, con alternativas constantes, sin cotos reservados, escuchando a los movimientos sociales, etc.
Peso a todo lo dicho hasta ahora, hay que distinguir el hecho de que la participación ciudadana es a la vez objetivo y método, con lo cual suma extraordinaria y exponencialmente a favor de quien la aplica, y es capaz de llegar a mejores resultados. Recalco esto porque no todo el mundo la utiliza bien ni todo el mundo logra buenos resultados. Antes de hacer participar hace falta haber interpretado el “interés común” o “el sentido de la mayoría”, que en sí mismo es la base fundamental de la misma democracia. Y es por ello que resulta tan importante, si se quiere apostar en todas las esferas posibles por el método democrático-participativo, analizar el estado actual del mundo y la época en que vivimos.
Ante un proceso participativo concreto debemos respondernos las típicas preguntas sobre cuáles son nuestras pretensiones: ¿qué? (la participación ciudadana para legitimar); ¿cómo? (mediante consultas y procesos participativos?; ¿cuándo? (en el proceso de mayor maduración democrática); ¿dónde? (dónde haga falta, allí nos trasladaremos para conocer y analizar mejor cualquier situación dada).
Sin embargo, aún nos queda un gran trecho en la dirección de cambiar la cultura política, que aún predomina en nuestra actual sociedad civil organizada, de expresión contra la administración, a una cultura política más profunda y más madura, como hemos repetido ya tantas veces, que haga participación junto a la administración, sirviéndose en cualquier caso de la misma, y eso sin dejar de ser crítica con ella. Dicho en otro idioma: recibir subvenciones o participar de procesos concretos no debe conllevar por sí mismo a una prostitución de las organizaciones y asociaciones. Primero debe cambiar la administración para seguidamente invitar a la sociedad a participar del cambio. Eso se produce también cuando la sociedad “entra” en la administración.
El análisis de la historia reciente es siempre fundamental. Si nos referimos a la participación ciudadana como a una política pública moderna, evidentemente tendremos que analizar la génesis de todas esas políticas públicas y sociales engendradas bajo la alcoba del Welfare State. Si las políticas de educación y de sanidad serían más o menos lo mismo que los derechos civiles y políticos para los derechos humanos, también podríamos otorgarles el calificativo de políticas de primera generación. La segunda generación de políticas públicas sociales serían las compuestas por políticas de vivienda, ocupación, formación…, como para los derechos humanos destacamos los derechos económicos, sociales y culturales. Finalmente, la participación ciudadana representa una tercera generación de políticas públicas, dentro de las cuales también nombraría a las políticas de medio ambiente y de atención a la diversidad o igualdad, por sólo citar dos ejemplos.
Con ello queremos decir que la preocupación por la participación ciudadana es relativamente joven, más en un Estado del Bienestar como el español o el catalán, con más de treinta años de retraso en relación al mismo concepto centroeuropeo o norte-europeo.
Nosotros, catalanes y españoles, llegamos en 1982 a la primera universalización de la educación y de la sanidad, para en 1986 introducirnos de lleno en la lógica de las Comunidades Europeas, en esos precisos momentos, más liberales y cada vez menos preocupada por lo social. Rápidamente construimos nuestro Estado Protector y rápidamente empezamos a privatizarlo selectivamente. En este sentido, con la participación ciudadana nos hemos quedado hoy día, para que le den vueltas los unos (las izquierdas) y la aburran los otros (las derechas), después de haber analizado la literatura anglosajona y francesa existente, y haber elaborado la nuestra propia.
Sin duda, y en ello redundo, hemos tenido la oportunidad de ir observando nuestro entorno, lo que nos puede ayudar en gran manera para aprender de los errores cometidos. A la característica innata de improvisación y urgencia de nuestras políticas públicas generales, más aún en el terreno social, por lo que a la participación ciudadana se refiere, gozamos aún de un tiempo, que es oro, para decidir su último impulso. En principio, una administración como la Generalitat de Catalunya, que se ha tomado en serio la misma participación ciudadana, ha puesto el énfasis en la transversalidad de su uso para dotar internamente a todos sus departamentos o consejerías, y a su vez a todas las administraciones inferiores, de funcionamientos ciertamente participativos.
Estamos en medio de la fase de experimentación, con unos que se lo creen y otros que observan. Con muchos fondos económicos dedicados, si comparativamente analizamos a los resultados o retornos que se derivan de los mismos, y una expectación abrumadora por conocer cuál debe ser el resultado de todo el proceso global en sí mismo.
Cada uno, desde su Ayuntamiento, desde la misma Generalitat, o desde las asociaciones mismas existentes, deberá realizar su evaluación sobre la participación engendrada y multiplicada en su seno. Evidentemente esta nueva política pública, tan necesaria como pretendo defender sin descanso como legitimadora del mismo sistema político, debe saber evaluarse y de esa manera promover su renovación constante.
Sólo así las cosas podrán funcionar: con una apuesta decidida, con una experimentación variopinta y una aplicación in crescendo de su método a partir de la lectura de los resultados acumulados y analizados para lo que en positivo se pueda aprovechar.
Como dice mi admirado EricHobsbawn “si hemos sido capaces de sobrevivir al S. XX aún somos capaces de todo”. Con participación ciudadana, mejor, sin duda.
Termino como termina en un artículo reciente mi amigo el jesuita Paco Xammar: “crear cauces de participación es hoy nuestro gran reto”.
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(Juny 2009)
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