Serie de artículos publicados en el periódico Libertad Digital
No nos vamos a cansar de decirlo: en la antigua Yugoslavia la “historia de la paz” la escribió el Mariscal Tito, mientras que la “historia de la guerra” la escribió Slobodan Milosevic desde que llegara al poder. Paz y guerra se intercalan a lo largo de la historia de las civilizaciones aunque existan muchos tipos de paz y otros muchos otros tipos de guerra, no nos equivoquemos de antemano. Por ejemplo, los Balcanes siempre fueron muy sensibles al conflicto debido a una indefinición suya casi innata que caracteriza a su geografía variable y composición multiétnica. Resulta verdad que los serbios y los croatas siempre estuvieron preparados para volver a empuñar las armas, pero ello no quiere decir automáticamente que no desearan al mismo tiempo la paz; simplemente la situación histórica por ellos padecida se puede explicar dependiendo del miedo o la apreciación de que su “problema” se mantiene aún sin resolver.
El problema de que hablamos lo conocemos casi todos: incapacidad de construir un sistema estable de estados que se solapan, junto con la con la existencia de naciones y de pueblos desperdigados a lo largo de los años y las valles. El miedo en sí mismo y el recurrir a la historia de los viejos fantasmas son las primeras señales que preceden a una actitud agresiva frente al vecino.
Desde que Milosevic se hiciera con la Presidencia de la Federación hasta que se produjo la Guerra de Bosnia la situación que vivía la antigua Yugoslavia era producto de una paz sostenida sobre algodones, por otro lado callada por los más influyente estadistas internacionales. En el mosaico de los Balcanes volvería la tormenta de los viejos sueños expansionistas serbios y croatas, el terror de la limpieza étnica, las acusaciones de traición, la división de familias enteras, la muerte. Con el Tratado de Dayton la supuesta paz se construyó obligando y separando. De nuevo, una fórmula momentánea y coyuntural que sólo puede defenderse en el sentido de evitar más muertes e innecesarias. Luego nos encontramos hoy en día con un Kosovo agónico, pronto el resto de la agonía pueda trasladarse a Serbia, a lo que no ayuda el castigo impuesto en forma de bombardeo por parte de “los atlánticos”. ¿Cuándo pondremos fin al sufrimiento colectivo anunciado? ¿Podremos hacer lo posible para no transportarlo a otro territorio europeo coincidiendo con el cambio de siglo?
Analicemos por un momento cuál es exactamente el horror de la guerra. El horror de la guerra en Yugoslavia no es otro que la limpieza étnica instigada por Milosevic aunque más tarde ese círculo vicioso del conflicto concluya que los serbios también puedan ser considerados como víctimas de los bombardeos de la OTAN. Y, como no, otra consecuencia inevitable de la guerra resulta el drama de los refugiados. Seguramente de ellos colgará el futuro de la reconciliación entre los habitantes de los Balcanes. Crucial será, entonces, que puedan regresar con garantías a sus hogares, una tierra en la cual se haya podido instalar cierta convivencia pacífica. Añorada Sarajevo
Debemos insistir en el hecho de que para construir la paz, dónde quiera que sea, resulta muy importante reconstruir la historia o reinterpretarla globalmente, logrando un relato en el cual no se impongan los agravios colectivos, leyendas de vencedores y vencidos, de malos y buenos. En Yugoslavia haría falta, en otras palabras, más Unesco y menos OTAN. Porque la mayoría de los serbios está convencida de haber sido históricamente perjudicada, anteponiendo así una mitología y un extremismo particularista, a la razón y a la moderación. Lo mismo ocurre, sin duda, del lado de los croatas, bosnios, kosovares o albaneses. En el futuro, los refugiados y sus hijos representarán un nuevo obstáculo en la carrera para superar esa frontera de incomprendidos; unos dejarán de odiar, quizás otros preferirán olvidar, quizás haya quién no consiga ni lo uno ni lo otro. De Milosevic sólo nos queda la lectura de la prevención sobre aquellos que son capaces de manipular y engañar a todo un pueblo únicamente con el discurso del orgullo patrio. Los resultados pueden ser todos más que nefastos, como se ha podido observar durante muchas décadas en el mismo territorio en cuestión. No deberían llegar al poder personajes mediocres que se alimenten del rencor y que sólo se expresen con las extrañas.
Como contradicción ante lo comentado anteriormente, debemos recordar que existe aún en el tablero de ajedrez mundial mucha inversión en la guerra y muy poca en la paz. El ciudadano de a pié no debería delegar su opción individual por la paz en nadie ni en ninguna institución política que no se sienta comprometida a garantizarla como uno de sus grandes objetivos a desarrollar. La paz puede existir en el interior de una casa, en el seno de la familia y en la calle abierta; la paz consiste en escuchar e intentar, al menos, entender al que fue el enemigo o es el contrincante. Eso es más fácil que lo haga un líder político y un Estado que se manifiesten, presumiblemente, respetuosos de la diversidad de sus ciudadanos, democráticos, de derecho, a los cuales sólo les mueva el ansia de progreso de sus administrados.
Luchemos, por ello, sin armas, porque seguramente valdrá la pena. En todo caso lo podemos hacer con la supuesta “arma de la paz” a nuestro favor.
(1 de Junio de 1999, Libertad Digital)
1 comentario:
frimpiTu sabes cuál es mi situación personal , Oliver .
Tito es una persona amada por absoltumente todos , aunque desde el punto de vista europeo , no deja de ser otro dictador . Le querían tanto que en serbo-croata para decir que algo es muy bueno , dicen que es algo TITO !!!!
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