“No hay democracia sin socialismo, pero no puedo haber socialismo sin democracia”
“El socialismo será libre o no será” (Rosa Luxemburgo)
La izquierda política mundial no puede olvidar, más bien tiene la obligación de reivindicar, la tradición revolucionaria y progresista que ha representado a lo largo de la historia de la humanidad. El patrimonio político universal a la izquierda no tiene que arrepentirse de haber sido el causante del cambio permanente en nuestras sociedades modernas, de ahí que tampoco deba sucumbir ante la autocomplacencia y quede obligado, por consiguiente, a resituar su discurso al mismo ritmo que coincida con las necesidades de nuestro tiempo.
En este tiempo que nos ha tocado vivir, la era de la globalización, la vuelta al federalismo deberá ser el gran abanderado de las luchas de la izquierda política en la cual militamos. Frente a la nueva derecha ultraconservadora, excesivamente patriótica y religiosa, y la otra derecha, que se define como de centro, realmente de inspiración neoliberal, la defensa del federalismo estará completamente legitimada para resolver el conflicto cada vez más agudo de las relaciones entre individuos, colectivos de diferente índole y naciones.
La izquierda en cada país deberá representar una postura pragmática que se desdoble en dos sentidos. Primero deberá ser HACIA DENTRO, con el objetivo de aplicarse a los trascendentales problemas referidos al mantenimiento del Estado de Bienestar y sus prestaciones en los ámbitos de la salud, la educación o la ocupación, sólo por citar algunos ejemplos. Inmediatamente después de producirse este posicionamiento interno, deberá facilitarse un movimiento decisivo HACIA FUERA, postulando el concepto de solidaridad internacional. La meta deseable por la que debemos trabajar es una sola izquierda hacia dentro y hacia fuera, que se coordine y que procure el máximo nivel de satisfacción relativa para toda la humanidad.
Realmente no queda ninguna otra alternativa, ni por las circunstancias actuales, ni por el balance de fuerzas negativo en que vivimos. Hemos dormido una larga siesta, tras la experiencia comunista y las independencias poscoloniales. Han ocurrido muchas cosas mientrastanto: existen nuevos poderes fácticos que gestionan, ordenan, mandan, atacan, influyen, escriben teorías, crean paradigmas, reparten limosnas, sacan beneficios y se reparten los mismos. En nuestro lado sigue haciendo falta el dibujo de una nueva estrategia emancipadora.
Frente a la imparable globalización económica y cultural que han defendido a ultranza las fuerzas a la derecha, nuestra reacción tardía no debe más que concentrarse en la petición de un mismo rasero para la extensión universal de la democracia, la justicia y los derechos humanos. Debemos ser conscientes y reivindicar el resurgimiento de un nuevo internacionalismo que justifica nuestras batallas, desde dentro hacia fuera, aunque también integrando desde fuera hacia dentro. Los conflictos que nos inundan en la actualidad dependen, sin duda, de gestionar el bien colectivo a escala planetaria. Otra vez podemos alzar la voz como ciudadanos del mundo que somos y reclamar la unión de toda la energía transformadora en aras de construir una agenda mundial a favor de los cambios que consideremos oportunos. La batalla en una esquina del planeta debe ser considerada como una opción más para influir sobre el resultado final de la guerra real que se produce en el mundo único en que vivimos.
Por todo lo dicho, todos los ciudadanos del mundo, o sea todos los seres humanos que habitan el planeta Tierra, estamos obligados a llegar inevitablemente a un pacto federal en lo político y en lo humano, que también es lo mismo. Ese pacto nos deberá permitir defender nuestra identidad más cercana, al mismo tiempo que nos hará respetar la diferencia. Acoger a los movimientos migratorios que se producen en todas las direcciones; entender la multiculturalidad y la diversidad de valores con que convivimos; proteger el medio ambiente que habitamos; desmilitarizar y desnuclearizar; difundir el pacifismo; respetar a las minorías; situar a los más débiles, pobres y excluídos de nuevo en el primer lugar de preferencias; satisfacer la demanda de hacer efectiva la igualdad de oportunidades, sobre todo en la diferencia de género; son cuestiones que nos llevan a construir paulatinamente “un mundo en el que quepan muchos mundos”.
(JUNIO DEL 2003)
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