martes, 11 de noviembre de 2008

LÁGRIMAS LIBANESAS

Las lágrimas del Primer Ministro libanés, Fouad Sinora, son el mejor reflejo de la desgracia de lo que conocemos con el eufemismo de “mundo árabe-musulmán” que no es ni ha sido nunca un bloque homogéneo, más bien no existe ni ha existido nunca como lo pretendemos dibujar mentalmente desde el “sofá del Norte”. Precisamente las lágrimas del Líbano se deben a la falta de apoyo recibido por “hermanos” y “vecinos”.

Cuando algunos medios de comunicación y algunos analistas políticos utilizan el término “países árabes” para divulgar algunas de las noticias recientes sobre conflictos geoestratégicos internacionales, éstos se equivocan rotundamente. Lo mismo ocurre cuando con poco rigor se hace alusión a los “países musulmanes”, seguramente queriendo indicar: países con gobiernos cuya base de conducta resulta la ley que se inspira en el Corán (libro sagrado de los seguidores de la religión conocida como Islam), siendo muchos los matices y los estilos. Así pues, podemos encontrarnos con múltiples variedades geográficas y muchas más variedades de implantación de sistema político en el ámbito discutido, desde las monarquías o repúblicas del norte de África, hasta las monarquías y repúblicas de Oriente Medio o de la Península Arábiga, ya sean todas éstas impulsadas en territorios de mayoría musulmana sunnita o chiíta, teniendo en cuenta a su vez muchas más corrientes de la doctrina del profeta Mohammed. Si esto es obvio, ¿por qué nos equivocamos entonces tanto y tan reiteradamente? Como obvio es que los auténticos árabes resultarían ser los descendientes de los habitantes originales del territorio comprendido entre La Meca y Medina; como obvio es que existen árabes que no son musulmanes, al mismo tiempo que existen musulmanes que no son árabes.

El desconocimiento sobre lo que representa y sobre lo que ocurre en el conjunto de países de población que mayoritariamente profesa la religión islámica, se ha transformado a lo largo del tiempo en “Occidente” (otro término usual que describe realmente bien poco; es más sugiere intencionadamente de forma dogmática) en un saco de errores y despropósitos que han acabado habitualmente en pobreza y guerra, que es lo mismo. Una cosa sería lo que decimos que son, por ejemplo, los libaneses o los marroquís (algunos de forma muy vulgar asimilarían sendos conceptos con los de “fanáticos” o “moros”), y otra cosa sería lo que aquella gente seguramente ha sido y pretende ser (algunos libaneses serían efectivamente musulmanes, lo de árabe no hace falta ni discutirlo, unos sunnitas, los otros chiítas, algunos cristianos, algunos drusos; por la parte que le toca a Marruecos, serían ciudadanos del Reino de Marruecos, cuestionarían o no la legitimidad del Rey, otros serían bereberes, muy pocos cristianos, muy pocos judíos).

Es importantísimo cuando hablamos del conglomerado (“mediático”) árabe-musulmán saber distinguir entre lo que significan estrictamente esos dos adjetivos, y lo que realmente son las personas que habitan su geografía vital. O sea, no podemos, los europeos, por ejemplo, querer ser paladines de la defensa del concepto de ciudadanía, y evitar entender que un libanés, a lo mejor, antes que musulmán, se quiera proclamar (autodeterminar; ahora que está tan de moda este verbo), poseedor de la ciudadanía libanesa; así ocurre lo mismo con los marroquís. El debate sobre la “ciudadanía” en el mundo árabe-musulmán, no me cabe duda al respecto, resultará imprescindible para lograr más atisbos de alcanzar el pretendido cambio y modernidad por el cual muchos luchan.

Curiosamente cuando los países resultan estar más anclados en la interpretación estricta de la doctrina religiosa, la ciudadanía está menos considerada. También coincide en este supuesto la interacción de regímenes políticos dictatoriales, autoritarios o simplemente monárquicos, al estilo de la vieja usanza de la Edad Media cristiana. Ocasionalmente estos países mal gobernados reciben el apoyo de las grandes potencias políticas y financieras mundiales. Es en este punto que arrojamos a medio mundo por la borda; no aceptamos su idiosincrasia al mismo tiempo que no permitimos su mutuación; eso es un callejón sin salida de enfrentamiento directo.

Pues, decíamos, Líbano es mucho más que Hezbolá (el Partido de Dios, apoyado por Siria e Irán) y Hamás (el Movimiento de Resistencia Islámica), como la Liga Árabe y la Conferencia Islámica son organizaciones más complejas y más diversas en su seno de lo que connotarían sus calificativos determinantes. No hay que olvidar, además, que el destino marcado por las élites políticas gobernantes en estos países no es representativo de las ansias de libertad que proclaman sus ciudadanos, y me permito repetir de nuevo la idea. Aquí hace falta una revolución más, aunque ya fue revolución lo del Ayatolá Jomeini en Irán, y no gustó a la otra media parte del planeta. En la comunidad internacional debería prevalecer el adagio que comenta “vive y deja vivir (en paz, se entiende).

En este aspecto último, parece que Bush esté empecinado en meterse dónde no le llaman y quiera seguir el guión ideado y diseñado por Samuel Huntington y Francis Fukuyama: debemos mezclarlo todo para confundir. En este embrollo metemos las guerras y las invasiones de Afganistán, Irak, Palestina y Líbano, a lo que pronto añadiremos la oposición a la incertidumbre nuclear de Irán y al apoyo terrorista de Siria: esto sería el epicentro de la gran ofensiva contra el enemigo actual número uno. En la retaguardia viviríamos las escaramuzas posibles en países como Pakistán, Cachemira, el Golfo Pérsico, Indonesia, Chechenia y las otras exrepúblicas soviéticas del Cáucaso (bajo la atenta mirada de las emergentes India y China)… y las calamidades humanitarias de los refugiados saharauis en Argelia, la crisis del Darfur, la hambruna de media África desde Mali a Djibouti…

Otro dato resulta implacable: cuando no hay nadie que se preste a poner orden pueden hacerse más fuertes los radicales que en principio sólo representaban a un subgrupo del total: los talibanes de Afganistán se fueron gestando poco a poco con el conocimiento de todos en tiempos del final de la Guerra Fría, como hoy día vuelven a patrullar en las calles de Mogadiscio los miembros de la Unión de los Tribunales Islámicos. ¿Quién, a los ojos de los más desgraciados de cada país que estamos mencionando, desde los barrios periféricos de Casablanca a las estepas abandonadas del Kirguistán, ha hecho más, por pacificar sus territorios y acercarles un poco de pan y agua, que los muyaidines, militares y religiosos a su vez?

Líbano explica hoy que todo lo que tiene que ver con “árabes” y “musulmanes” resulta ser conflictivo, a la corta o a la larga, en una lectura simplista y poco inteligente de los hechos. Yo creo que eso no es debido a la propia personalidad genética de jordanos, yemenís, tunecinos o egipcios, por citar sólo unas cuantas nacionalidades implicadas. Quizás no exista el interés en solucionar situaciones y vicios que caen por su propio peso, a lo que enseguida el Pentágono estadounidense puede colgar la etiqueta de “elemento potencialmente peligroso y cancerígeno para la comunidad internacional; mensaje implícito: habrá que eliminarlo de cuajo”. Líbano no sólo es árabe y musulmán aunque posiblemente resista unido como país al ataque judío.

La teoría de tomar la parte (Hezbolá) por el todo (Líbano) es muy peligrosa si la trasladamos a todo el conglomerado árabe-musulmán. En principio, Irán distaría muchísimo de Mauritania, si no es que alguien tuviera especial interés en pinchar a los dos en el mismo sitio y provocar el odio de una parte significativa de sus respectivas poblaciones (que evidentemente sería canalizada por los politiquillos de turno de cada lugar a más gloria que la suya en particular).

(AGOSTO 2006)

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