“Open your eyes and read between the lines” (graffiti callejero)
Los griegos, los romanos y los franceses de la segunda mitad del S.XVIII sufrieron el mal de la demagogia. Por poner sólo un ejemplo, hace mucho tiempo ya Sócrates cargaba contra los filósofos sofistas, “que hablaban mucho y decían poco”, y que, en definitiva, lograban convencer o engañar, según la opción interpretativa que se prefiera escoger. Sobre cualquier hecho histórico o sobre cualquier tema intelectual existen dos maneras de reaccionar: de manera convencida y doctrinaria, por un lado; o de manera crítica, por el otro. Deberíamos estar de acuerdo en que la esencia del demagogo reside dentro de su propia mente y radica fundamentalmente en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que seguramente no le pertenecen en autoría. Algunos defendemos que la responsabilidad ante el posicionamiento sobre cualquier evento debería partir de la propia visión crítica de las causas que lo provocan.
Tres civilizaciones baluartes del progreso en su época como fueron la Grecia de Pericles, la Roma de Julio César y la Francia del Rey Sol, sucumbieron ante la degeneración intelectual ocasionada por el fenómeno de la demagogia. ¿Cuál podría ser la lección aprendida para aplicarla a la historia de nuestros días? ¿Cómo se plasma cínicamente la demagogia en la sociedad en la que nos relacionamos? ¿Cúales son hoy en día nuestros demagogos favoritos o consentidos? Éstas son las tres preguntas básicas que deberíamos intentar responder sin tapujos.
Un mal síntoma de nuestra sociedad actual resulta precisamente citar a los grandes sabios griegos, olvidándonos al mismo tiempo de sus demagogos anteriormente mencionados. Ello nos hace caer, sin duda, en la narración de una historia dulce, mitómana, repleta de salves y glorias. Recientemente Saddam Hussein se ha convertido en uno de aquellos personajes que permanecerán en el recuerdo del principio del nuevo milenio. Si realizáramos una encuesta de opinión pública para conocer al mejor demagogo del mes o de la semana seguramente ganaría el antiguo presidente de Irak o quedaría inmediatamente por detrás de Osama Bin Laden, ambos por todos conocidos. Hussein o Bin Laden ganarían en las apuestas realizadas en cualquier rincón del mundo, de ello debemos estar prácticamente seguros, a excepción de su propio territorio identificativo, el mundo árabe-musulmán; allí ganarían puntos los Estados Unidos de América y su Presidente, G. Bush Jr., como principales falseadores de la realidad internacional que nos vemos acostumbrando a sufrir. Analicemos por un momento el porqué de esta cuestión.
Partimos ahora de la premisa que sólo bajo la delgada o gruesa cortina del poder se puede hacer uso a mayor escala, sin remordimiento alguno, con descaro y con alevosía, de ese instrumento retórico y maligno que representa la demagogia. Estados Unidos, por un lado, es el encargado de enviar un mensaje positivo sobre la sociedad y las relaciones políticas internacionales que vivimos debido principalmente a su condición de potencia económica y militar hegemónica. Una visión totalmente opuesta la representa Irak, punta de lanza en el juego por el dominio de los recursos petrolíferos en Oriente Medio.
Otra visión crítica, difícil de encontrar en la prensa diaria de nuestros países occidentales desarrollados, sobre la arrogancia estadounidense y la derrota aparente del mundo árabe-musulmán sería la siguiente: los Estados Unidos pretenden consolidar su hegemonía mediante la expansión de la teoría económica del neoliberalismo y la excusa jurídico-diplomática de la intervención militar en caso de peligro latente para la comunidad de habitantes del planeta. Eso significa un peligro de conflicto armado constante bajo la decisión unilateral del Presidente Bush de intervenir o perdonar. La fusión de corrientes centrífugas y centrípetas en el mundo en que vivimos se resume en el encontronazo entre el pretendido fin de la historia, victoria arrolladora de las tesis capitalistas y del pensamiento único, contra el resurgir de un sentimiento identatario exacerbado que constata en peligro su propia religión, civilización y comunidad de valores.
Jean Daniel, desde la tribuna que le ofrece Le Nouvel Observateur, afirmaba en un artículo que los Estados Unidos estaban cediendo iniciativa en el terreno global a otros actores emergentes que despiertan del letargo como pueden ser la Unión Europea, la inextinguible Madre Rusia o China. Quizás sea ésta una señal de esperanza en el objetivo de mantener un equilibrio multipolar en beneficio del cual debe expresarse la Asamblea General de las Naciones Unidas. La primera condición para un mejoramiento de la situación presente sería hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Sólo esto nos llevaría a atacar el mal en los estratos hondos dónde verdaderamente se origina.
El Imperio que no es capaz de sumergirse continuamente en un análisis autocrítico y en un proceso de reforma radical no muestra afán real de aligerar y llevar más cómodamente las presiones que no cesan. La historia también nos cuenta que los Imperios no duran una eternidad y que sus errores acostumbran a pagarse. El más fuerte abusa, como se suele decir vulgarmente, hasta que le acaban creciendo los enanos, que, sin duda, pueden llegar a ser más crueles que su verdugo tradicional.
Acusar de demagogo podría resultar hoy en día el argumento más fácil cuando no se sabe qué responder a un adversario político en un foro democrático tal como el parlamentario. Esperemos, finalmente, que en todos los casos, la acusación de demagogia sea fundada, como creo que ocurre en el caso de Irak, y que la alternativa a la misma se muestre convincente. Sólo así y de forma continuadamente crítica se podrá salvar la humanidad en el siglo que viene. Ya que la demagogia, y eso vuelve a estar constatado, está irremediablemente instalada en nuestro sistema de gobernabilidad mundial.
(DICIEMBRE DE 2003)
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