miércoles, 8 de octubre de 2008

EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS CHAGOS

Durante la guerra reciente en Irak muchos de los aviones que bombardeaban su capital Bagdad despegaban desde unas pequeñas islas situadas en el Pacífico. Quizás haya llegado la hora de hacer aún más público este pequeño reportaje que salió por primera vez a la luz hace ya tres años, en abril del año 2000.

La historia del Archipiélago de las Islas Chagos representa el paradigma resumido de todos los vicios acumulados en los dos últimos siglos de la humanidad: colonialismo, genocidio cultural, desastre ecológico, carrera armamentística, emigración, catástrofe humanitaria, etc. A continuación se presenta la noticia de la existencia de un pueblo olvidado.

Hace un tiempo tuve la suerte de conocer a Jhingoor Baptiste, el Portavoz en Europa del Gobierno en el Exilio del Archipiélago de las Islas Ghagos. Quizás en un primer momento me pregunté si Jhingoor se trataba de un hindú de Surinam o de Tobago, de un malayo o de un punjabí, ya que nunca antes había oído hablar de su pueblo ni había visto raza igual, dicha sea la verdad. Fue él, sin duda, el que me convenció a elaborar este reportaje, después de una celebrísima discusión alrededor del fenómeno de la globalizacion y el predominio del imperio estadounidense.

El Archipiélago de las Islas Chagos cuenta aún hoy con unas sesenta y cinco islas dispersas siendo la más conocida de ellas Diego García. Esta isla de que hablamos fue descubierta por la flota portuguesa allá en el año 1532, cuando se encontraba a medio camino de culminar la ruta del Océano Índico que unía el Viejo Continente con la ciudad de Calcuta, bordeando el continente africano por el Cabo de Buenaesperanza.

A partir de 1776, y al igual que sucediera en las islas vecinas de Madagascar, Mauricio o las Seychelles, marinos franceses se instalarían en Chagos, a la vez que influirían de forma decisiva sobre su cultura. Sólo los británicos, en 1815, tras las guerras napoleónicas, pasaron a ser los nuevos inquilinos.

La cultura de la civilización de Chagos es milenaria aunque en la actualidad parezca haber caído en el pozo más profundo de la decadencia, debido, entre otras cosas, a los efectos perversos del colonialismo europeo. Los pobladores autóctonos de Chagos son llamados “ilois” y destacan, cómo pretendemos remarcar, por su procedencia remota, siempre a medio camino entre lo africano y lo oriental. Desde que los británicos se instalaran en Diego García mediante el British Indian Ocean Territory entendieron perfectamente la posible importancia estratégica futura del peñón ocupado.

La isla de Diego García se divide en dos áreas marcadamente diferenciadas. En su parte occidental, los británicos instalaron desde un buen principio una base de tránsito para su flota naval que hoy se ha convertido en una moderna y desconocida zona de uso exclusivamente bélico en la que destacan un centro de aprovisionamiento de aviones B-52, y unas tropas que suman aproximadamente diez mil soldados en su gran mayoría estadounidenses. Y es que en 1961, el Reino Unido alquiló Diego García al Ejército de los Estados Unidos de América, por una elevada cuantía económica y un período de cincuenta años de explotación.

En el marco de la Guerra Fría, bajo tutela de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), Diego García se convirtió en una Base de Fuerzas de Actuación Rápida (Rapid Development Forces), en una área geográficamente determinante para las próximas centurias de vida humana, más concretamente a mil quinientas cincuenta millas del sur de la península india, a medio camino entre el África Austral e Indonesia.

La parte oriental de la isla sólo puede ser accesible as través de una puerta blindada, protegida por unos soldados británicos que permiten recordar todavía cuál es la verdadera soberanía del territorio. Una vez allí, se puede apreciar un paisaje desolado compuesto por las antiguas cabañas de los indígenas ilois, hoy abandonadas, y un ecosistema en peligro extremo ocasionado por el turismo exótico de élite que se ha promovido y del cual sólo tienen conocimiento algunos multimillonarios anglófonos. El mar, otrora suave y cristalino, yace contaminado por la polución mercante.

En total, son unos seis mil los ilois que han emigrado en los últimos cuarenta años a Mauricio, mil más a las Seychelles y otros dos cientos repartidos entre las islas vecinas. El Gobierno en el Exilio del Archipiélago de las Islas Chagos reside en Port Louis, capital de Mauricio, encabezado por su presidente, Ferdinand Mandarín, a su vez asesorado por el abogado defensor de derechos humanos, Hervé Lassemillante. Mientras el Reino Unido alquilaba y vendía la isla a militares y turistas, a más de setecientos ilois les fué prohibido regresar a su tierra mediante la Immigration Act. El Presidente del Comitñe Chagosiano, el mismo Ferdinand Mardarín, protestó enérgicamente hace tres años ante una situación que no respeta ni la Declaración Universal ni la Carta Africana de Derechos Humanos. Tan sólo después de una campaña activa de protesta en la que se vieron involucrados el sistema de Naciones Unidas y la Organización de Estados Africanos, el máximo comandante de la Royal Navy en Chagos, Almirante Jackson, accedió a que los miembros del gobierno chagosiano pudieran visitar los lugares sagrados en los que reposaban durante décadas sus ancestros.

A partir de diferentes acciones de protesta en Europa y Mauricio, lugar dónde se encuentra la embajada británica más próxima a Chagos, y la aparición en algunos medios de comunicación escritos africanos (Le Mauricien), alemanes (Frankfurtes Rundschau), franceses y noruegos, a finales del año 2000 los cancilleres de asuntos exteriores alemán y británico, Joschka Fischer y Robin Cook, respectivamente, así como la propia Comisión Europea, se interesaron por las perspectivas de solución en el conflicto encubierto.

Bajo el grito de “Give us back our land”, cientos de ilois se manifiestan en estos días y reclaman que les sea concedida la libertad de regresar a sus antiguos domicilios, unos cuarenta años después de que fueran forzosamente desalojados.

Cambrils, julio de 2003

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