lunes, 15 de diciembre de 2008

EL CÁUCASO DE MI AMIGO EMIN

Una de las suertes que me supusieron estudiar en Alemania fue comprobar como allá predominaba la amalgama multicultural que en nuestra península ibérica se encuentra aún en pleno desarrollo. Las instituciones alemanas y su política de cooperación al desarrollo han dado la posibilidad, a lo largo de los últimos cuarenta años, a muchos jóvenes de todo el mundo para que puedan estudiar en sus vetustas e históricas universidades.

En Heidelberg, allá dónde tradicionalmente se pierde el corazón, encontré a mis primeros amigos rusófonos, pero fue más específicamente en el Europa-Institut de la Universidad del Sarre, en Saarbruecken, dónde conocí al gran Emin Abdullayev. De los herederos de la caída del Muro de Berlín de 1989 pude conocer a varios rusos interesantes: uno ocupa ahora un cargo importante en la Alcaldía de San Petersburgo siendo miembro del partido de Vládimir Putin (un ruso eficiente y orgulloso); otro amigo ruso me regaló en su “emotividad nocturna casual” una insignia con una águila de dos cabezas como muestra de lo que había sido su país antes de la Revolución Rusa (vestigio de ruso imperial, buen músico, romántico, anticuado pero también orgulloso); en el tercer caso que cito existe otro ruso, de la periferia, ávido lector de todos los clásicos, politólogo y filósofo, homosexual, excéntrico, rebelde…, no sé nada más de él pero me imagino que quedará recluido en su universidad de provincias o en la Europa Occidental de su compañero holandés.

Pese a lo dicho, realmente los ciudadanos post-soviéticos que más me sorprendieron fueron aquéllos llegados de las repúblicas caucásicas y del Lejano Oriente: jóvenes turcómanos, de rasgos chinos, mongoles, mujeres rubias con ojos orientales, hombres kazakos claros, y oscuros, y un largo etcétera que nombrar y comentar. Si de geoestrategia hablamos, sin duda, el mapa de la zona quedó mal dibujado política, social, económica y culturalmente desde siempre; así pues quedaron abiertas las venas del Trasniéster, Nagorno-Karabaj, Abjasia, Chechenia, Osetia del Sur… “El Imperio” denunciado por Riszard Kapuscinski quería de nuevo controlar todo lo que ocurría en su patio trasero influyendo sobre las nuevas y frágiles independencias. Los “otros” rusos y “los que ya no querían ser ni rusos ni soviéticos” lo tenían muy claro: lo tenía claro Jamsheed, que después del Europa-Institut pasaría a ocupar un alto cargo en la República de Uzbekistán; lo tenían claro mis amigos georgianos y armenios, que, aunque enemistados, recuperaban ambos su patrimonio y moral como nación; pero sobre todo si alguien lo tenía claro era mi amigo azerbayano Emin, entre las opciones de ir pactando según la conveniencia con la nueva Federación Rusa o promover la ruptura total con el yugo reconocido.

Nunca había conocido antes a una persona tan dedicada a promocionar su país entre el resto de comunidades europeas, propagandista de discursos pro-occidentalistas, defensor de la apertura económica, y de todo tipo, partidario de buscar la inversión extranjera, de crear alianzas transoceánicas, miembro de redes infinitas, fundaciones… Hijo de una familia acomodada que había vivido sin problemas bajo el comunismo en la república, ganador de una beca para estudiar en el extranjero; él, inteligente y conocedor de la diferencia del origen, pretendía una nueva Azerbaiyán, que entrara en la Unión Europea, en la OTAN, fuera independiente, pero aliada si hace falta de los Estados Unidos, y utilizara en su beneficio el oro negro del Mar que la remoja y los oleoductos que la traviesan. Nada más claro que el mismo agua de Bakú: ¡Rusia no! O al menos por el momento. Otro nacido en la capital, el “ogro” Gary Kaspárov, también se manifiesta, éste en Moscú, contra el opresor.

Emin, como sus antepasados que se opusieron a cada dominación y colonialismo hasta la llegada del ferrocarril revolucionario, ahora reconocía el pasado musulmán suní de su país, pese al miedo de la presencia chiíta. Defendía la recuperación del culto que nunca habían olvidado sus padres puertas a dentro de su casa, así como la tradición. En su caso, y como en muchas otras cosas, su vitalidad y otra forma de entender el cosmos me apasionó (a veces nos complicamos mucho sin llegar a decir lo real y auténtico; éste no era su estilo): “¿Quieres que te hable de mi religiosidad? No hay problema: fui soviético, siempre fui azerí, ahora vuelvo a ser musulmán, pero de lo poco que me gusta de los rusos se encuentra su vodka; entonces lo que hago siempre es intentar beber allí dónde Alá no me pueda ver, siempre bajo un buen tejado, así que yo cuando levanto la vista no veo más que madera o cemento. Lo principal es honrar a los padres y eso yo ya lo hago. Dios está bien con ellos, pero también conmigo nos llevamos bien.”

Otros post-soviéticos lo veían diferente: el uzbeko pasó a ser más practicante que Emin; el armenio siempre perteneció a una cuna a parte, como los persas dentro de las fronteras árabe-musulmanas; el georgiano quedó ateo, como muchos otros rusos; otros más volvieron a la ortodoxia de los popes que habían estado esperando. En definitiva: resulta un pasado no demasiado lejano que acaba por volver.

El mosaico del S. XXI es complicado en esta parte del mundo de que hablamos, ahora más que anochecemos y despertamos con las noticias de los bombardeos rusos en Gori, lugar georgiano de nacimiento del gran dictador Stalin. Pero no es complicado ahora por algo que no supiera quien debiera saberlo; el panorama resulta complicado por culpa de una hegemonía peligrosa gobernada por gente aún más peligrosa. En la esfera occidental los peligrosos son Bush o Berlusconi; en el mundo árabe-musulmán tenemos riesgos evidentes; a ver qué pasa en China después de los Juegos Olímpicos, si se fortalece o se flexibiliza el régimen, y a ver cuál es su comportamiento con el resto del mundo. Siempre hay que esperar lo que acontezca en lo que queda del candelero cercano: para China eso es Taiwán, Tíbet, Japón, India…

Emin sigue siendo un activista ejemplar y estoy seguro que dentro de muy poco lo veré en la televisión universal liderando algún proyecto posible para su esquina perdida y atropellada. Como sucedió en Yugoslavia y como ocurre en América Latina, por sólo citar algunos ejemplos, existen personas y proyectos individuales y colectivos más allá de la certidumbre pensada por los estrategas del mundo quieto. Todo lo contrario a lo que ellos piensan: el mundo sigue en ebullición.

(Para un buen análisis de la cuestión internacional sobre todo se requiere de una muy buena proximidad con las gentes que la habitan y un igual estudio del peso de la historia y tradición en sí mismas).

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