Capítulo 4: MÁS SOBRE LA CIUDAD DE MANAGUA
Managua es muy, demasiado, extensa. Sus viviendas no superan casi nunca los dos pisos, principio obligatorio que se cumplió tras el último terremoto. No existe un chabolismo exagerado en el centro histórico de la ciudad aunque los asentamiento por doquier son bastante comunes. En el centro más o menos se construyen casas con luz y agua de una forma estable, cosa que no ocurre en el resto de los numerosos barrios capitalinos. La construcción es de todo tipo aunque predomina la madera y en menor medida el ladrillo y el cemento. Casi todas las casitas tienen un terrenito añadido. Las calles suelen ser anchas y existen aceras donde los managuas pueden transitar a todas horas. Eso sí existe mucha inseguridad debido a la escasez de policía. La delincuencia se multiplica desde que se dio la derrota del Frente. Existen aguas negras, muy sucias, barracones mezclados con basura en cualquier esquina periférica. Por otro lado hace falta destacar la cantidad de “pulperías” (tiendecitas) que proliferan, que vienen a suplir la gama diferente de comercios con productos diversos que existe en Europa. Algunos nicas o managuas pueden vivir un poco mejor gracias los dólares enviados por sus familiares establecidos en Costa Rica o Estados Unidos. Eso ocurre, por ejemplo, en la familia donde se alojan Albert e Ismael, la casa de Alan, que es liberal, capitalista, católico y conservador. En ella se venden gaseosas y otros menesteres, debido a su condición de maestros y otras rentas que posean. Alan es hermano de Augusto, el profesor de la Escuela que en cierta manera ha renunciado a esa herencia familiar. Tienen otra hermana instalada en Guatemala; como muchos otros nicas marchan a Costa Rica para ganarse mejor la vida. Otra manera de sobrevivir en la ciudad es dedicarse a la venta ambulante.
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