CAPÍTULO 20: MONTE VERDE LIMAY PARA VER QUE HAY MÁS
Después de una noche con sesión de muchas risas, me levanto a las seis y media de la mañana, más o menos como de costumbre. El desayuno consta de una tortilla revuelta con arroz, frijoles, aguacate y café, que me comentan que ha llegado de la región de Rivas. Preparo los bultos y bajo con Tito a buscar la camioneta que llega hasta el final de la carretera que sube desde La Trinidad, cerca de Las Correderas. La conduce Orlando que tiene la exclusividad de los viajes desde hace tiempo, sube y baja; yo he perdido el primer viaje de las seis, el segundo a las ocho, y ahora tengo que esperar a las diez; siempre se trata de una “hora tipo”, o sea aproximada. En el camino nos encontramos a diferentes miembros de las comunidades vecinas que también bajan a la cabecera municipal a por correo y cargan con sus pesadas bolsas, seguramente para vender y comprar diferentes utensilios y alimentos. En el carro se habla de precios, del tiempo y de la ganadería, de la fruta y de la verdura. Me encanta observar la cara de admiración de Tito cuando hablo con demás gentes y explico o enseño cosas que no conocen. De mi edad en la zona sólo he conocido a una chica, Delfina, aunque siempre aquí resulta difícil adivinar o averiguar las edades que ni ellos mismos cuentan, saben o recuerdan. Los chicos van armados generalmente con machetes, fabricados en El Salvador o Colombia, aunque éstos sólo sirvan en teoría para trabajar, o sea cortar hierbas y ramas de arbusto al abrirse el camino entre matorrales. Nos encontramos en uno de los rincones de América Latina con un índice de natalidad más elevado, y no sólo de este continente sino del mundo entero. Hoy he sabido que el bueno de Vidal ya ha tenido un hijo varón y que su esposa se encuentra sana y a salvo; los partos aquí son complicados y peligrosos para la vida de las mujeres. Bajaron al hospital más cercano, andando casi tres días, bajando por toda una cuesta.
De los chavalos que voy conociendo comentar que jugamos frecuentemente a pelota, o sea béisbol, bajo un cielo enorme que nos protege, y la poca vegetación que nos acompaña, con unos instrumentos tan precarios como útiles. Noel, de dieciséis años es sobre todo quien destaca en el juego; es sobrino de Luis, le da muy fuerte y celebra el “jon-ron”. El resto suele jugar con las “useras”, o sea tirachinas, intentando darles y cazar pájaros, conejos y ardillas, entre otra fauna salvaje.
Evidentemente, cada día que pasa conozco más las singularidades del lugar. Quizás, pienso, incluso, que los campesinos de Chagüite Blanco, no sean los que residan en peores condiciones en la zona. Existen agricultores que viven solos junto a su familia, en su casita, a más de dos horas del siguiente habitante o vecino, muchas veces alejados por montañas abruptas como son el Cerro Colorado o el Cerro Negro, o como puede ser el propio Monte Limay. Efectivamente la vida resulta más dura en la comunidad que en la cabecera municipal, dónde ya no existe el trueque y se paga todo en reales. Entre la ciudad, o la capital, Managua, y el interior rural, según las condiciones, como mínimo en el campo aún se puede depender de la cosecha y de la comunidad solidaria. En el caso de la familia de Tito, ellos viven gracias a la cría de varios pollos y gallinas, así como un chancho más bien pequeño, que es la joya de la corona. Este cerdito podrá venderse, si todo va bien, el próximo verano, por aproximadamente unos quinientos pesos, pero cuidado no se lo roben, no se muera, no desaparezca, no sufra un accidente… En el día que nos ha tocado vivir el tomate y, en general, todas las hortalizas, se han encarecido mucho, por lo que no abundan; el arroz suele mandarse a empaquetar y así venderlo en las pulperías; de frijol hay de diferentes calidades pero efectivamente ya sabemos cual nos tocará consumir. Hablemos de ropa: el Russo es el pantalón tejano o vaquero que usa el nica, y debe servir tanto para trabajar como para vestir un día de fiesta. Me pregunto qué vida hábil tendrá alguno de los pantalones que observo, casi milenarios diría. Luego, hablando de fiesta, se me ha quedado gravada una frase y una expresión de preocupación en mi subconsciente: “el guaro acabará con todos”. Más si ese guaro es un alcohol de fabricación propia, licor hecho a base de hierbas, vendido en la casa lejana de los vecinos perdidos, los padres del niño Ariel, que ayuda a Tito en sus pocas plantaciones y es un as con el tirachinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario